La vida, las norias

 Pensamientos intensitos y analogías entre la vida y las norias hay tantos como días tiene el verano. A mí se me ocurren algunas: dura poco, es cara como su p. madre, da un pelín de miedo al subir porque todo parece tambalearse y cuando al final te bajas, aún no sabes bien si te han tangado o has vivido una experiencia única e irrepetible. 

 
De todas las analogías manidas, yo me quedo con el momento en el que la noria, en medio del viaje, se detiene. No siempre lo hace en la parte más alta, donde están las vistas espectaculares y el paisaje de foto para Instagram. A veces, toca esperar y pagar otra entrada. A veces hay que aguardar un año entero para que, después de pasar por todas las sensaciones arriba descritas, se pare donde tú quieres.
Y, de pronto (un viaje, un año o diez lustros después) la noria se queda congelada en lo más alto. Justo donde tú querías. "Mira, ahí tienes la foto para Instagram", te susurra. Haces la foto, pero no es perfecta: la cabina se mueve y la música reguetonera que viene de la parte inferior no te deja concentrarte para una buena toma. Piensas en repetirla, pero miras alrededor. El tiempo se ha detenido. De repente lo ves todo claro. Y pequeño. Y absurdamente bonito. Es entonces cuando decides dejar la foto como está, mirar al horizonte y permitir que se te dibuje una sonrisa tonta en la cara. 
 
Sin más. 
 
Porque también como en la vida, lo mejor del viaje...son las sonrisas tontas. Y las fotos de Instagram imperfectas.
 

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