La elegancia de saber cómo irse.
A veces pienso en cómo será el momento de partir. No me refiero sólo a morir, sino a las pequeñas despedidas de la vida. Siempre me ha inquietado el "cómo". ¿Cómo se hace para irse bien, para que el adiós no sea una sombra que persigue ni un peso que se arrastra?
Saber irse elegantemente, pienso, debe ser un arte. Entender cuándo es el momento de irse es, en realidad, una muestra de fortaleza: no hay necesidad de forzar lo que no fluye ni de exigir lo que no se da de manera natural y espontánea. He visto a personas que se aferran, que ruegan, que hacen de su partida un drama interminable, dejando puertas entreabiertas, como si el irse fuera solo una pausa y no una decisión. Y otras, en cambio, se van como el viento, con una dignidad tranquila, sin ruido, sin dejar nada roto detrás. A esas las admiro. Yo quiero aprender a ser así. No es que no me duelan las despedidas -algunas son terriblemente dolorosas- pero hay algo hermoso en el desapego sereno, en soltar.
Irme con elegancia -para mí- significa dejar cada lugar sin rencores ni asuntos pendientes, con la cabeza alta, aunque el corazón duela un poco. Significa dejar lo mejor de mí en cada sitio, en cada persona y no forzar. Quizá se trate de cerrar capítulos de la misma forma en la que una se quita un abrigo en una habitación cálida: con suavidad.
No siempre lo he logrado: a veces he huido en lugar de marcharme. Y otras veces he tardado demasiado, alargando lo inevitable hasta que la despedida se vuelve amarga, desgastada. Pero voy aprendiendo. Poco a poco voy aprendiendo. Irse elegantemente es saber decir adiós en el momento adecuado, sin reproches ni palabras hirientes. Es aceptar. Aceptar que hay ciclos que se cierran, aceptar que la vida no es estática, aceptar que una no debe quedarse más de lo que le corresponde. Por mucho que duela. Por mucho que "pique".
Es curioso. Al pensar en esto, me doy cuenta de que "irse" no siempre significa perder. A veces, irse es la forma más honesta de quedarse. Me explico: una deja una parte de sí misma en cada lugar que habitó, en cada persona que amó. Y si lo hace de la manera correcta, con gracia y elegancia, esa parte suya no muere, sino que sigue viva, en un recuerdo, en una sonrisa que alguien lleva consigo. Eso es lo que quiero.
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