Chega-se a este ponto
Recuerdo la primera vez que vi a Camané en directo, más que nada porque fue la llorera más grande que me he pegado en mi vida estando delante de gente: aquello fue como si hubiesen abierto un grifo. Yo, que jamás lloro en público, me vi allí, rodeada de personas que me miraban raro por llorar a la vez que cantaba por lo "bajini" las letras. Lloraba porque, de alguna manera, cada palabra que salía de su boca me hacía sentir más cerca de algo verdadero, algo esencial. Camané no canta para que lo entiendas (y con entender no me refiero a saber o no portugués), canta para que lo sientas, y ese sentimiento no se puede contener; así que llorar en su concierto no fue un acto de debilidad, fue un acto de liberación. Me permití sentir todo lo que, quizás, en otros momentos de mi vida, había reprimido. Porque el fado no sólo habla de saudade, de la nostalgia por lo que se ha perdido, también es una celebración de lo que significa estar en la vida, con todo el dolor y la belleza que ello conlleva.
Así que al terminar, salí con una sonrisa de oreja a oreja. Aliviada incluso. Fue como airear una habitación, como ir al psicólogo, como quedar con una amiga, hartarte de llorar en su hombro y luego irte de cañas.
Es lo que provoca este señor de metro y medio en mí y que resume muy bien la esencia del estilo que practica: sólo el fado es capaz de meterte el dedo en la herida para aliviar presión. Hay algo en el fado que siempre me ha parecido inmensamente humano, pero cuando es Camané quien lo canta, esa humanidad, esa "portuguesidad" se vuelve palpable, como si cada nota estuviera cargada de siglos de dolor, amor, decadencia, belleza, pérdida y esperanza.
Sólo Camané puede hacer que llore para después reír.
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