El futuro ha llegado y no lo vi venir. Yo tampoco esperaba que fuera así.

Creíamos que en el futuro los coches voladores invadirían nuestras calles mientras nos abrochábamos con estilo los robocordones de las zapatillas. 
En su lugar revivimos a nuestros muertos poniéndoles ojos de muñeca mediante aplicaciones y páginas webs dudosas mientras una bruma de gel hidroalcólico se cuela en nuestros ojos, ya irritados del CO2 que se escapa por la parte superior de una mascarilla mal colocada. 
Todo se precipita y desde el abismo nos mira, con ojos de hiena, el mañana inexorable a ritmo de segundero oxidado. 
 

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