Saudade

 Cuando naces y creces en la frontera entre dos países aprendes a vivir con el corazón partido en dos, normalizando el hecho de saltar de un lado a otro de la misma, como si fueras al barrio de al lado. Cuando naces y creces en Badajoz le añades la extraña circunstancia de tener la capital del vecino a un tiro de piedra, la cual se convierte en la protagonista de muchas primeras experiencias vitales. Entonces llega el momento en el que pierdes la cuenta de las veces que la has visitado y comienzas a interiorizarla como algo usual en tu existencia. En ese instante comienzas a sentirte realmente a gusto en sus calles, a entenderla de verdad, a descubrir ese tipo de cosas que sólo una ciudad te ofrece con el paso del tiempo.

El primer recuerdo que tengo de Lisboa es el de un sonido: el de las planchas metálicas del carril izquierdo del puente 25 de Abril, mientras el Seat 124 de mi padre lo cruzaba. Según me cuentan, el pavor que le tenía al pobre puente era tal que-hecha un ovillo-no me levantaba del suelo del coche hasta que lo pasábamos. Pese al miedo inicial, aprendí a levantar la mirada un poco más cada vez que pasaba el puente y a dejar que se llenara del azul de la desembocadura del Tajo, que vislumbraba a toda prisa entre tanto cable metálico rojo. 

El último recuerdo es el de esta foto. Tiene más de tres años y es la primera vez que estoy tanto tiempo sin visitar Lisboa. Es cierto que en 2019 hice una fugaz visita con mi hijo para ver el zoo, pero mi paso fue muy rápido y hubo momentos en los que me sentí rarísima, al no parar en mis lugares habituales. 

Volviendo a la foto, la hice a eso de las siete de la mañana y me asomé a la ventana para ver cómo Lisboa despertaba conmigo. Pese al frío (era febrero) me senté a escuchar a los camareros del Café Nicola montar las mesas mientras la bruma de olor a café recién hecho acompañaba la escena. A ver cómo los taxis de la Rua Garrett iban llegando a la parada, o a la paloma de turno posándose en la cabeza de Pedro IV, el rey soldado que un día gobernó Brasil. 

Al día siguiente mientras conducía de regreso y atravesaba el puente, hice el ritual de siempre...

... incorporarme al carril izquierdo durante unos instantes para escuchar el sonido de las planchas metálicas del puente 25 de Abril y despedirme con una sonrisa llena ya de maldita, gloriosa y única saudade. 



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